La adolescencia es un periodo evolutivo que se caracteriza por cambios físicos asociados con la pubertad, por el avance de las habilidades cognitivas como la empatía o la autoconciencia y por cambios importantes en las relaciones interpersonales (Oliva, 1999).
Requiere la adopción de nuevos roles sociales. Por ello, es considerada una etapa clave para el aprendizaje de habilidades interpersonales específicas (Hansen, Nangle y Meyer, 1998).
En primer lugar, a medida que los niños se hacen mayores sus actividades dejan de estar centradas en casa para desplazarse al grupo de iguales y a la comunidad, por lo que además del cambio en las relaciones ya existentes, se produce una ampliación y diversificación de su red de relaciones sociales, es decir, los adolescentes se exponen a un amplio abanico de nuevas situaciones sociales (bares, fiestas, etc.) durante las cuales se relacionan con personas desconocidas o no allegadas (Kimmel y Weiner, 1998).
En segundo lugar, los adolescentes adquieren una autonomía cada vez mayor respecto a sus padres. Este hecho ha dado lugar a que durante años se considerase la adolescencia una etapa caracterizada por el conflicto entre los adolescentes y sus padres. Sin embargo, los datos disponibles hoy en día nos permiten sostener la idea de que durante la adolescencia tienen lugar una serie de cambios en la relación que establecen con sus padres, pero éstos no tiene que ser necesariamente conflictivos sino más buen necesarios y saludables para el desarrollo del individuo.
En esta etapa, los adolescentes se vuelven más asertivos, pasan más tiempo fuera de casa y disminuye el número de interacciones positivas con sus padres. Los conflictos suelen relacionarse con aspectos de la vida cotidiana tales como las tareas de la casa, las amistades, la forma de vestir o la hora de volver a casa (Galambos y Almeida, 1992).
Por otro lado, las relaciones entre hermanos tienen una influencia considerable en el desarrollo del adolescente (Buhrmester y Furman, 1990). Los hermanos, a menudo, se proporcionan amistad y compañía y favorecen el desarrollo de las relaciones afectivas significativas. Actúan como confidentes, comparten experiencias y se ayudan frente a los problemas (Rice, 1997). El conflicto entre hermanos es habitual al inicio de la adolescencia y va disminuyendo a medida que van madurando.
En tercer lugar, a pesar de que la familia sigue ocupando un lugar preferente como contexto socializador en la medida en que se van desvinculando de los padres las relaciones con los compañeros ganan importancia, intensidad y estabilidad y el grupo de iguales se convierte en el contexto de socialización más importante (Oliva, 1999; Rice, 1997).
Como consecuencia de la maduración cognitiva y del tiempo que dedican a hablar de sí mismos, los adolescentes irán comprendiéndose mejor unos a otros basándose su relación en la reciprocidad y el apoyo mutuo. También aumentará la intimidad en sus relaciones, sobre todo entre las chicas durante la adolescencia temprana y media.
Según numerosos investigadores, resulta erróneo pensar que los vínculos con el grupo de iguales suponen una disminución de la influencia de los padres (Rice, 1997). Por el contrario, cabe pensar que padres y amigos no compiten entre sí, sino que representan influencias complementarias que satisfacen diferentes necesidades del adolescente. La fuente de mayor influencia varía según el asunto del que se trate. De esta manera es más probable que escuchen antes a sus padres que a los compañeros cuando se trata de cuestiones morales, educativas o las relacionadas con el dinero o con el control de las relaciones interpersonales distintas de las que tienen que ver con los compañeros. Por el contrario, los adolescentes son más susceptibles de escuchar a sus compañeros cuando se trata de elegir amigo, controlar las relaciones con estos o pasar el tiempo libre (Kimmer y Weiner, 1998).
En cuarto lugar, el grupo de iguales también va a experimentar una evolución a lo largo de la adolescencia, pasando una serie de etapas, desde la pandilla unisexual, en la adolescencia temprana hasta la aparición de las relaciones de pareja, en la adolescencia media-tardía. El aumento del impulso sexual, unido a la imitación de los comportamientos adultos, va a favorecer que chicos y chicas empiecen a acercarse con interés al otro sexo (Oliva, 1995).
Aunque existen diferencias entre adolescentes, la mayoría de las chicas empiezan a tener primeras citas entre los 12 y 14 años, mientras que los chicos lo hacen más tarde, entre los 13 y 15 años.
Finalmente, durante la adolescencia temprana va a tener lugar una importante transición en relación con el contexto educativo. Suele ocurrir que, bien al inicio de la educación secundaria (12 -13 años), bien cuando comienza el segundo ciclo de este tramo (14 -15 años) se produce el cambio de la escuela al instituto. El cambio de centro va a suponer una dispersión o ruptura del grupo de amigos, constituido alrededor de la clase o de las actividades extraescolares. Esta desestructuración puede repercutir negativamente en la adaptación a la nueva situación. Además, con la llegada del instituto, también se van a producir cambios importantes en el funcionamiento de las aulas. Concretamente, durante esta etapa, los alumnos tienen un papel mucho más activo y participativo, lo cual significa que deben enfrentarse a toda una serie de actuaciones en público, por ejemplo exponer su punto de vista u opinión delante de la clase o en alguna asamblea de estudiantes.
Durante la adolescencia los jóvenes se hacen conscientes de facetas relacionadas con la auto imagen y la auto identidad, adquiriendo gran relieve y motivo de preocupación aspectos relativos a la apariencia física, la competencia social y el miedo a la evaluación negativa que pueden hacer los demás. La maduración cognitiva proporciona la capacidad de que el adolescente se vuelva más sensible que antes a lo que piensan otras personas, y las necesidades de pertenencia al grupo de compañeros hacen que se preocupe de causar buena impresión.
Además este desarrollo cognitivo permite al adolescente ser mucho más consciente de la discrepancia entre cómo se ve a sí mismo y cómo cree que lo ven los demás (Bados, 2001). Debido a esta autoconciencia, los adolescentes pueden mostrar una escasa participación en el aula y pueden inclinarse por no preguntar al profesor por miedo a parecer ridículos o estúpidos, lo cual podría derivar en un abandono de los estudios y/o un bajo rendimiento escolar (Francis y Radka, 1995).
¿Cuando necesito pedir ayuda?
Cuando observamos que nuestro hijo/a comienza a aislarse de los demás, no acepta su imagen corporal o presenta signos de baja autoestima o fracaso en los estudios podemos estar frente a una crisis “normal” producto de los cambios que atraviesa.
Sin embargo, en los casos en que estos aspectos se acentúan y mantienen en el tiempo pueden dar lugar a trastornos en el estado de ánimo, y trastornos de la alimentación o problemas de baja autoestima.
En estos casos es importante la intervención precoz para evitar el desarrollo de trastornos psicológicos y su cronificación. Es recomendable consultar a un profesional.
Los problemas psicológicos más frecuentes en la adolescencia son los siguientes: ansiedad, estrés, agresividad, depresión, manías y obsesiones, relaciones con los amigos, problemas familiares, timidez, baja autoestima, trastornos de la autoimagen y de la alimentación.